Con amor y devoción: Una historia de inmigración | Por Marisol Cruz
En la ciudad natal de Xiomara Andira Blanco, en El Salvador, a menudo se cortaba la electricidad tan pronto como se escondía el sol. Creció durante la guerra civil en su país, donde los bandos opuestos reducían barrios enteros a la oscuridad total para poder avanzar sobre sus enemigos. Pasó muchas tardes oscuras, acurrucada junto a su hermano mientras su madre, meciéndose suavemente en su hamaca, les recitaba poesía a la luz de las velas. Los poemas sirvieron como una distracción relajante de los sonidos de los helicópteros, zumbando y los disparos fuera de su casa. A pesar del peligro que acechó en la puerta de su casa, Blanco recuerda estos momentos con su familia con amor y ternura: “Mis padres trataron de darme lo mejor que ellos pudieron en su momento. Tengo dos padres luchadores.” A través de la poesía, se sumergió en el pozo de la experiencia humana y aprendió a abrir su corazón a un espectro de emociones, todo mientras una guerra arrasaba con el amado hogar de su infancia.
“Al final, [estas experiencias] nos hacen más fuertes. Tenemos que sacudirnos el polvo y empezar de nuevo,” ella recuerda. Blanco continuó viviendo su vida, cerca de su familia y profundamente arraigada en su país, sin estar dispuesta a renunciar a su hogar. Pero todo eso cambió en el 2008, cuando se enteró de que el bebé que crecía dentro de su vientre tenía síndrome de Down. Durante los primeros años de vida de Julio, ella luchó por encontrar recursos y atención médica adecuada para su hijo. Cuando fue despedida de su trabajo por faltar demasiados días – días dedicados a llevar a Julio a sus citas médicas – usó su indemnización por despido para financiar una cirugía para él a los 9 meses de edad.
Se sintió sola y abrumada. La condición de su hijo era complicada, lo que resultaba en numerosas hospitalizaciones cada año; ella no sabía dónde acudir. Un pariente le habló sobre el extenso apoyo disponible para los niños con necesidades especiales en los Estados Unidos. Entonces, en 2016 se desarraigó de su familia y emigró para darle a su hijo la oportunidad de prosperar con otras personas que pudieran entender mejor su condición.
El sistema escolar de los Estados Unidos es complejo, de múltiples capas y difícil de navegar, especialmente si el inglés no es su primer idioma. Después de asistir a la primera reunión del Plan de Educación Individualizado (IEP, por sus siglas en inglés) de su hijo (un plan que comúnmente se da a los niños que requieren adaptaciones especiales para su aprendizaje) se fue con una sensación abrumadora del trabajo que tenía por delante. La escuela le había asignado a Julio unos escasos 10 minutos de terapia del habla por semana, a pesar de que él hablaba poco y necesitaba mucho más apoyo. Además de encontrar empleo, navegar por un nuevo país y aprender un nuevo idioma, necesitaba encontrar una escuela cuyo personal trabajara pacientemente con ella (con su inglés limitado) y se tomara el tiempo para comprender las necesidades de Julio. Ella sabía que tendría que luchar para que todo eso sucediera, tendría que ser la mayor defensora de su hijo y así comenzó el trabajo de su vida.
A lo largo de su camino navegando por el sistema escolar, conoció a otras familias latinas con niños con discapacidades. Sabía de primera mano lo solitaria y desgarradora que puede ser la experiencia de la inmigración, agravada por tener un hijo con discapacidades, por lo que decidió formar un grupo de apoyo. Solo un padre de familia asistió a su primera reunión en una biblioteca local, pero Blanco no se desanimó. Sabía que su comunidad necesitaba esto: “El lenguaje los detiene … y por eso no logramos hacer 100% esa conexión … con las organizaciones, con el sistema [escolar].” Para su quinta reunión, asistieron 50 padres de familia: padres latinos de niños con discapacidades que estaban hambrientos de aprender y recibir recursos en el idioma con el que se sentían más cómodos – el español. Convenció a representantes de los distritos escolares y departamentos de salud que vinieran a su grupo para compartir información con los padres en español, y las familias seguían regresando. Y lo hizo todo como voluntaria con un corazón profundamente empático y abierto.
Los fondos que se recaudaron se usaron para los gastos operativos del grupo, que se conoció como Grupo de Apoyo. Aunque seguía creciendo el grupo, Blanco sabía que estaba restringida por su tiempo y sus fondos limitados, por lo que en 2022 aceptó una invitación para formar parte de una organización sin fines de lucro comprometida con la equidad educativa, la Coalición Estatal de Padres de Colorado (CSPC por sus siglas en inglés). Bajo CSPC, continúa expandiendo el Grupo de Apoyo y actualmente atiende a familias en todo Colorado.
El trabajo de Blanco impregna la comunidad. Con su gracia muy tranquila, integridad, dignidad y total devoción a su familia y su comunidad, se entrega a su trabajo. Humilde y modesta, con unos ojos que conectan con la esencia de cualquier persona que conoce, esta mujer se define por su eterno optimismo: “No nos centremos en los defectos [de una comunidad] ni en sus barreras, sino que compartamos sus éxitos … así tendremos una comunidad más capacitada, una comunidad más integradora. Aceptemos que somos una comunidad diversa.”
Para obtener más información sobre el trabajo de Blanco y apoyar sus esfuerzos, visite coparentcoalition.org.
Traducido con el apoyo de Xiomara Sánchez.
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